Violencias invisibles, infancias rotas, apoyo vecinal… y hasta 800 historias de personas sin hogar


Ya hace ocho años que salimos a la calle a encuestar a las personas que viven al raso. Preguntamos sobre sus trayectorias de vida en la calle, si se encuentran bien de salud, si tienen ayuda suficiente. Este 2023, hemos vuelto a hacer entrevistas; esta vez, las hemos hecho de día, con la colaboración de catorce entidades amigas y con la implicación de 381 personas voluntarias. Hasta 800 personas sin hogar han querido responder a nuestras preguntas.

Hace tres meses que Aitor empezó a vivir en la calle. Desde hace unos días, duerme cerca de la playa y algunas mañanas coge el metro para llegar a la parte alta de la ciudad y desayunar. “Alimentarme no es difícil, pero alimentarme caliente sí que lo es”, dice. En estos tres meses, le han robado algunas pertenencias y ha estado ingresado en el hospital por una neumonía. Mientras estaba en el hospital, nadie le preguntó si al salir tendría un lugar donde ir; en estos tres meses, tampoco ha habido ningún trabajador/a social que conociera su historia.

Aitor tiene 24 años. Manuel, en cambio, tiene 59 y hace 15 años que vive a la intemperie. Hace tiempo tuvo un trabajo, después pasó por prisión. Hace muchos años que no tiene contacto con la familia, pero tiene un amigo en quién confiar que, de vez en cuando, le deja ducharse en casa. Los vecinos y vecinas del barrio a veces también le ayudan.

Hasta 800 personas sin hogar han participado estos días en Barcelona en una encuesta que hemos preparado desde Arrels y que hemos podido hacer gracias al apoyo de otras entidades y servicios que habitualmente atienen a personas que viven al raso y gracias a muchas personas voluntarias. La mayoría de estas personas, unas 650, vivían directamente en la calle, y las otras 150 se encontraban en otras situaciones de sinhogarismo.

Hemos encontrado 800 historias diferentes y situaciones muy diversas: jóvenes que empiezan a vivir en la calle; gente mayor que hace tiempo que vive al raso; personas con estudios y otras que no pudieron acabar el instituto porque la situación en casa era complicada; gente que ha perdido el trabajo o que, al morir su madre, perdió su casa.

En muchas de las conversaciones se han repetido situaciones y carencias que apuntan a nuestro sistema de atención y prevención. Muchísimas personas nos han explicado que pueden comer, ducharse, cambiarse de ropa o descansar gracias a los centros públicos y privados que hay en la ciudad. También nos han hablado de las violencias más directas que reciben, como sufrir robos o violencia física, y a través de la conversación hemos detectado otras violencias más invisibles que muchas veces se acaban normalizando.

“Durante un tiempo, mi pareja y yo dormíamos en el mismo lugar, en el centro de Barcelona, y cada día el mismo agente de la Guardia Urbana venía a las 5 de la mañana y nos decía ‘no podéis estar aquí'”, relata Paco. Después, se trasladaron a un pequeño parque donde se sentían protegidos y había un lavabo público que les era de mucha utilidad. “Pero ahora los han quitado, los lavabos, y hemos vuelto a cambiar de lugar, a la puerta de un local donde el propietario nos deja dormir por la noche”.

Las encuestas que hemos preparado este año preguntan si la persona está o no empadronada, si tiene o no tarjeta sanitaria, si recibe o no atención social. También profundizan en la situación administrativa de las personas e incorporan un bloque de preguntas sobre su infancia y adolescencia. “Hemos hablado con personas con vidas muy rotas, que en muchos casos también han tenido infancias rotas, pero que las han querido recordar agradecidas”, comentan varias personas voluntarias.

 

14 centros y 17 puntos sensibles en la calle

En ediciones anteriores de la encuesta, hemos salido durante la noche por las calles de Barcelona para entrevistar a las personas que vivían al raso. Este año, hemos cambiado la metodología y hemos hecho las encuestas en horario diurno, saliendo a la calle a buscar a las personas, pero también contando con otros espacios privados donde las personas sin hogar suelen ir a comer, almorzar, ducharse o descansar. En concreto, hemos colaborado con 13 centros y recursos: Àmbit Prevenció, Caliu, CAS Baluard, Dit i Fet, el Ejército de Salvación, Heura, el Hospital de Campaña Santa Anna, el comedor Gregal, Mañana en Compañía, Metzineres, Obra Social Santa Lluïsa de Marillac, el comedor de Sant Cebrià y el gimnasio social Sant Pau. Desde Arrels, hemos sumado nuestro centro abierto.

El 60% de las encuestas se han hecho bajo cubierto, en estos centros y recursos, y un 40% las hemos hecho directamente en la calle, a personas que sabemos que están más solas y que no suelen ir a los servicios. Esto lo hemos hecho a través del equipo de calle de Arrels, que durante las últimas tres semanas ha salido a entrevistar a personas con las que tenemos vínculos y otras personas a las que visitamos de vez en cuando pero con las que todavía no hay tanta confianza. También lo hemos hecho gracias a la implicación de personas voluntarias que, durante los días 13, 14 y 15 de junio, han recorrido plazas, estaciones de transporte público, soportales y hasta 17 puntos sensibles de Barcelona que actualmente acogen a muchas personas durmiendo al raso.

Paseando estos días por la calle también hemos conocido a personas con las que no teníamos relación y que no habíamos detectado. Joao hacía tres días que dormía a la intemperie, a causa de una disputa familiar; cuando lo encontramos, iba con una maleta grande donde guardaba todas sus pertenencias, esperaba poder guardar la documentación en casa de un amigo y no sabía dónde ir a pedir ayuda. Mohamed, en cambio, hace cuatro años que perdió su casa y ahora vive en un banco donde apoya sus pertenencias y un carrito que le sirve para recoger chatarra. “Tenía una casa, tenía mis cosas”, nos dice. Algunas noches, no puede descansar porque un grupo de jóvenes se sienta en el banco de al lado y hace ruido con los patinetes. Cuando le preguntamos si se encuentra bien de salud nos dice que sí, pero unos segundos después se para, respira hondo, y nos dice que le duele el corazón. “Recordar a mi familia, haber tenido un hogar, ver que ahora estoy en la calle… Duele y es el motivo por el que normalmente no quiero hablar con mucha gente”.

 

Gracias a las 381 personas voluntarias que os habéis implicado

Desde que empezamos a realizar las encuestas en 2016, unas 3.800 personas se han sumado como voluntarias y han hecho posible la acción. Este año, hemos contado con 347 voluntarios y voluntarias que han tenido la oportunidad de conocer qué pasa cuando una persona vive en la calle y qué necesidades tiene.

“Nos ha sorprendido tener que entrevistar a chicos jóvenes que viven en la calle, pensábamos que había otras casuísticas”, coinciden en decir dos personas voluntarias. “Hemos visto chavales que vienen de países africanos, que están sin papeles, en proceso de empadronamiento… personas que lo tienen todo en contra”, añade Montserrat, también voluntaria.

En este sentido, Santi destaca la dureza de la situación de las personas que han entrevistado: “Una persona que ha estado en prisión, que tiene el VIH, que te está diciendo que está dejando de consumir y que necesita un piso, pero que no se lo facilitan. Es la realidad, pero es duro”. “La experiencia es dura, pero a la vez también te ayuda a entender sus situaciones. ¿Quién somos nosotros para decir qué está bien y qué está mal y que podríamos llegar a hacer?”, se pregunta Jenny, voluntaria.

 

Más información:

Leave a Reply

Your email address will not be published.