Lorenzo vivía en la calle, pasó los últimos días de su vida en el hospital y, el día que murió, llegamos a tiempo para despedirnos. Toni decidió que, a pesar de su enfermedad, quería volver al piso donde vivía y no morir solo. De Miguel no logramos saber nada sobre su entierro y no pudo ir nadie. El contexto de pandemia que vivimos está dificultando el acompañamiento en la muerte a las personas sin hogar que conocemos. Os lo contamos.

El 28 de octubre recordamos a 70 personas sin hogar que nos han dejado durante los últimos doce meses, te invitamos a mirar las fotografías del acto.

Una caída llevó a Lorenzo al hospital y allí le detectaron una enfermedad terminal. Vivía en la calle y no dejamos de visitarlo durante el confinamiento; cuando ingresó en el hospital, el acompañamiento se complicó debido al covid-19. Las visitas estaban restringidas. “No tenía móvil y no le podíamos llamar. El día de su cumpleaños, el médico nos llamó por videoconferencia y le felicitamos. El día que se moría, el hospital nos avisó; solo podía ir una persona a despedirse y corrimos”, explica Bob Walker, del equipo de calle de Arrels.

Al entierro de Lorenzo, que ha sido ahora en octubre, fueron dos personas, las dos de Arrels. Al entierro de Miguel, que vivía en la residencia Pere Barnés, no fue nadie porque no lo supimos. “No pudimos decirle adiós. En el hospital no conseguíamos información y tardamos en saber que había muerto. Contactamos con el cementerio y, días después, supimos que ya le habían enterrado. Murió el 24 de marzo y hasta el 26 de octubre no hemos podido saber qué día lo enterraron exactamente”, relata Laia Pérez, enfermera en la residencia de Arrels.

Desde el inicio de la pandemia por coronavirus, 30 personas sin hogar que conocíamos nos han dejado. A una tercera parte las visitábamos en la calle, muchas personas vivían en residencias y el resto vivían en pisos individuales o compartidos y en la residencia Pere Barnés de Arrels. De estas 30 personas, 11 han muerto directamente en la calle y 14 en hospitales y centros sociosanitarios, en soledad.

Los retos de acompañar en la muerte con el covid-19

En Arrels no queremos que ninguna persona sea enterrada ni despedida en soledad; para evitarlo, hace más de diez años creamos la Barca de Caronte, un equipo para acompañar hasta el último momento de la vida a personas sin hogar que conocíamos. El equipo de la Barca de Caronte ya no existe porque el acompañamiento en la muerte, así como el acompañamiento en el último tramo de vida, han evolucionado y ahora los hacemos de manera transversal en la entidad. En los últimos diez años, nos han dejado un total de 282 personas.

La pandemia por coronavirus ha hecho tambalear esta manera de estar con la persona, nos ha generado impotencia y frustración y nos ha obligado a ajustarnos a nuevas realidades en las que la soledad está más presente.

“Nuestra manera de acompañar ha cambiado muchísimo”, afirma Laia Pérez, enfermera de la residencia de Arrels. En la residencia Pere Barnés viven personas sin hogar con una salud delicada. Desde este servicio también se gestionan dos equipos de voluntariado que habitualmente visitan a personas hospitalizadas o que han ido a vivir a una residencia y que, con la pandemia, han visto alterada su actividad. “No hemos podido estar presentes ni en los ingresos hospitalarios – porque no aceptaban visitas que no fueran de familiares ni tampoco de personas voluntarias – y las personas han pasado procesos de enfermedad solas. Tampoco hemos podido estar allí en los últimos momentos, no hemos podido ni siquiera ir al entierro porque a veces ni se nos había comunicado.”

Gabriel fue una de las primeras personas que residía en un piso de Arrels y que se encontró en una situación de grave enfermedad durante el confinamiento. Fue a un centro sociosanitario y acompañarlo fue más difícil porque, debido al coronavirus, los horarios de visita cambiaban, al tiempo que el número de personas que podían ir a verlo y el número de visitas se reducían. “Desde el hospital nos llamaron para decirle adiós. En una situación de no-pandemia hubiéramos podido estar con él más tiempo”, explica Anna Skoumal, educadora del equipo de Apoyo a la Persona.

Situaciones como esta se han ido repitiendo y siempre se ha tenido en cuenta la voluntad de la persona. “Otra persona entró en un centro sociosanitario y durante el estado de alarma nadie le podía visitar; se sentía muy sola y el acompañamiento telefónico que podíamos hacer era muy duro. Insistió en poder volver al piso donde vivía, con su pareja. Murió en pocas horas pero no murió solo”, reflexiona Skoumal.

¿Cómo hemos acompañado a personas que vivían en la calle?

Tener que vivir en la calle supone siempre un riesgo para la persona: si vives al raso no puedes descansar bien, te tienes que buscar la vida a diario, pasas frío y calor, vives con inseguridad y riesgo de agresiones, etc. El coronavirus y el confinamiento que hemos vivido entre marzo y junio han evidenciado la importancia de tener un hogar y que, en Barcelona, más de 1.200 personas no se pueden confinar.

Desde el inicio de la pandemia, han muerto 11 personas que vivían en la calle en Barcelona y que visitábamos desde el equipo de calle de Arrels. La mayor parte de las defunciones han tenido lugar durante los meses de estado de alarma y tres de ellas se produjeron por homicidio. “Otras personas que dormían en la calle nos hablaban de estas muertes violentas, tenían miedo, y a ellas también las acompañamos de alguna manera”, explica Bob Walker, del equipo de calle.

La situación y el sentimiento de soledad cambian si la persona está vinculada a Arrels o a otra entidad, si vive en la calle pero tiene buena relación con los vecinos y vecinas o si no tiene contacto con nadie. A Fabián, que vivía en las calles del barrio de Poblenou y a quien visitábamos cada semana desde hacía ocho años, no lo pudimos ver durante las tres semanas que estuvo ingresado en el hospital y murió solo. Los vecinos y vecinas del barrio, sin embargo, le hicieron un homenaje para despedirlo.

Habitualmente, a los entierros de personas que vivían en la calle suele ir muy poca gente. También hay personas que visitamos en la calle, que se mueren y que no lo sabemos hasta mucho tiempo después. Nos pasó con Aránzazu: supimos que había muerto porque nos lo explicaron a través de canales informales. Y, hace poco, descubrimos que Larbi había muerto hacía meses porque llamamos a la funeraria y nos lo confirmaron. En este contexto, proponemos habilitar un protocolo para que, cuando una persona sin hogar ingrese sola en un hospital y muera, o bien muera en la calle, se avise a las entidades y servicios que habitualmente las acompañamos.

Vínculos familiares y de amistad

Las personas sin hogar suelen tener vínculos familiares muy deshechos y el acompañamiento que desde Arrels hacemos durante la vida y también durante la muerte quiere evitar, a menudo, esta soledad. Como explica Ana Skoumal, “la relación que tenemos con las personas suele ser de largo recorrido. Cuando una persona que acompañamos en un piso se enferma, entra en paliativos y no tiene red familiar, nosotros actuamos como familia”. En el caso de las personas que visitamos en la calle, nadie que haya formado parte de su vida suele estar allí y, por eso, intentamos acompañar desde Arrels.

En algunos casos, sin embargo, la familia sí está presente y acompaña a la persona en los últimos momentos de vida. Lo hemos visto también durante estos meses de pandemia. Los hermanos de Toni le llamaron por teléfono casi todos los días cuando estaba enfermo y Gabriel nos pidió una tablet para poder hacer una videollamada a su hermana y hablar con ella antes de irse.

En todos los casos, desde Arrels intentamos estar presentes y al lado de la persona. Porque acompañar en la vida y en la muerte es algo más que hacer gestiones y trámites, significa crear lazos, estar y querer.

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