¿Cómo han vivido las personas que viven en la calle los meses de máximo confinamiento?


Las primeras sensaciones fueron de incredulidad y desinformación. La mayoría estábamos confinados en casa y las personas que viven en la calle se encontraron solas. Cerraron recursos para ducharse, comer y descansar y pasaron semanas hasta que se abrieron otros. Los últimos dos meses y medio también llovió, hizo frío y ha habido personas que han sido agredidas mortalmente. Echamos una mirada a la situación de las personas sin hogar durante el estado de alarma.

A las 9:20h de la mañana, un grupo de personas espera para entrar en el gimnasio social de Sant Pau. Viven en la calle y durante el estado de alarma utilizan el centro deportivo para ducharse. Unos metros más allá, bajo los toldos de una terraza aún cerrada debido al confinamiento, dos hombres se despiertan sobre dos lugares improvisados para dormir. Más abajo, en un parque del Poble-sec se ven cinco tiendas de campaña. Duermen media docena de personas que durante días se han organizado para mantener la zona limpia y cambiar las bolsas de basura de las papeleras.

El decreto de estado de alarma y el confinamiento estricto que hemos vivido en los últimos dos meses y medio han impactado en el día a día de las personas que viven en la calle en Barcelona, las ha hecho más visibles y ha agravado la problemática. El pasado 14 de mayo contabilizamos a 1.239 personas durmiendo en las calles de la ciudad, una cifra de mínimos y en la que se suman las más de 550 personas que actualmente se resguardan en las plazas de emergencia habilitadas por el Ayuntamiento.

La mayoría de las personas que viven en la calle, sin embargo, no se han podido confinar porque no tienen casa. Se han encontrado solas en la calle durante días, con más presencia policial y con informaciones cambiantes sobre recursos que cerraban y abrían. “Los primeros días, sobre todo, detectamos que muchas personas se habían quedado sin comida caliente y que necesitaban información. No podían acceder a las bibliotecas, a las estaciones de tren ni a otros espacios que para ellas son un punto de referencia para descansar durante el día, acceder a servicios higiénicos o cargar el móvil. Y eso desgasta“, explica Gemma Gassó, educadora del equipo de calle de Arrels. Veías a personas preocupadas porque se podían contagiar, otras incrédulas con la situación. También más soledad y personas que necesitaban charlar y con las que se está creando un vínculo que se mantendrá más allá del estado de alarma.

Las dos primeras semanas de estado de alarma y confinamiento fueron especialmente duras para las personas que viven en la calle. El cierre de los parques públicos obligó a muchas personas a cambiar de lugar para dormir; también se han tenido que trasladar personas que dormían en cajeros que han cerrado y aquellas que dormían en la entrada de estaciones como la de Sants, porque la seguridad privada las ha echado.

Los comedores sociales y los servicios de ducha y ropero se tuvieron que readaptar y una veintena cerraron; los pocos espacios de consigna para dejar las pertenencias durante el día también cerraron y no quedó ningún espacio donde las personas pudieran resguardarse ni descansar. “Ha sido un golpe de realidad. Ha habido momentos en los que en Barcelona no hemos podido asegurar ni las necesidades básicas a las personas que viven en la calle”, afirma Carla Ramos, educadora en el centro abierto de Arrels.

Desde que se decretó el estado de alarma, el equipo de calle de Arrels ha visitado a 287 personas que viven al raso en la ciudad y, a través de un segundo equipo de calle creado durante el estado de alarma hemos cubierto necesidades asistenciales de 140 personas que viven a la intemperie. Por el centro abierto han pasado 399 personas que necesitaban ducharse y cambiarse de ropa. “Cuando estás en una situación de exclusión, la información todavía te llega menos; eso es lo que pasó los primeros días de estado de alarma. Fueron días, además, en los que llovió, hizo frío y no había lugar donde resguardarse”, apunta Vero Beas, educadora en el centro abierto. Las personas necesitaban sobre todo ducharse pero también un lugar donde cargar el móvil para mantenerse conectadas y desde donde contactar con servicios sociales.

Más recursos de emergencia pero también más personas viviendo en la calle

Doce días después del inicio del estado de alarma, el Ayuntamiento de Barcelona empezó a abrir recursos de emergencia: dos espacios en la Fira con capacidad para más de 400 personas y centros más pequeños, con capacidad para entre 50 y 70 personas. Según datos municipales de finales de mayo, desde la apertura de estos recursos se ha acogido a un millar de personas, la mayoría de las cuales en la Fira. Y un dato que asusta: el 33% de las personas que se han resguardado no vivían previamente en la calle.

Así como el equipo de calle de Arrels ha encontrado desde el primer día de la pandemia a personas que dormían al raso y que se hacían más visibles porque nadie más estaba en la calle, en el centro abierto y a través de la centralita telefónica de la entidad hemos atendido más de 200 demandas de personas que debían dejar la pensión o la habitación de realquiler donde vivían y no tenían donde ir o bien personas que nos avisaban de otros casos de sinhogarismo. “A la puerta del centro abierto han llegado personas preguntando qué podían hacer; antes no vivían en la calle, la mayoría son migradas y con poca red familiar y social. Ocurría durante las primeras semanas y aún ahora. Llegan personas con su maleta en una situación límite y que no saben dónde ir, señala Carla Ramos.

A esta nueva realidad se añade la de las personas que antes del coronavirus ya vivían en la calle en Barcelona y que, durante el estado de alarma, siguen estando. No han accedido a las plazas de emergencia que se han habilitado porque no respondían a sus necesidades, porque tenían miedo a contagiarse o porque no han encontrado plaza, y también han visto cómo recursos básicos cerraban y otros abrían. “Hay personas que viven en la calle y que no suelen hacer uso de los servicios que existen para dormir, para comer o para ducharse; estas personas no han quedado tan afectadas durante el estado de alarma. A las personas que sí utilizaban los servicios, sí las ha afectado“, explica Gemma Gassó.

Vivir en la calle siempre es un riesgo

Desde Arrels no nos cansamos de repetir que tener que vivir en la calle significa para la persona estar expuesta a riesgos de manera continuada. En el censo de personas que viven en la calle que organizamos el año pasado, el 40% de las personas dijeron haber sido víctimas de agresiones y, en el caso de las personas que hace más de cinco años que viven en el raso, la cifra aumentaba hasta el 60%.

Durante el estado de alarma ha seguido pasando: ha habido personas que han sufrido violencia física y verbal y se han sumado otros riesgos habituales como la lluvia y el frío, con el agravante de no tener espacios donde refugiarse y pedir ayuda con más facilidad.

A estos riesgos se han añadido otros que han llegado específicamente con el decreto de alarma y que han supuesto más tensión y un doble castigo a las personas que viven en la calle. Una mujer que vive al raso y que visitamos desde el equipo de calle nos lo explicaba: “Los primeros días me angustiaba no saber cómo podía refugiarme porque todo estaba cerrado. Ahora me angustia tener que estar en la calle y que la policía me pida cambiar de lugar y estar sola sin los compañeros”.

Esto ocurrió especialmente durante los primeros días del confinamiento: la policía paraba a las personas que viven al raso e incluso las sancionaba porque no podían estar en la vía pública. “La ciudad estaba desierta y veías que las personas que vivían en la calle estaban más solas y expuestas. La mayoría que venían al centro abierto explicaban que la policía no las dejaba mover por la ciudad “, afirma Vero Beas, educadora del centro abierto. Para evitar sanciones, desde Arrels repartimos acreditaciones entre las personas que explicaban su situación de vulnerabilidad y, días más tarde, el Ayuntamiento emitió un permiso de desplazamiento por necesidad básica que acredita que la persona no tiene un hogar.

Por otro lado, durante cuatro semanas del confinament se produjeron en Barcelona cuatro muertes violentas de personas que dormían en la calle, tres de las cuales víctimas de homicidio. El caso todavía se encuentra bajo secreto de sumario y, como Arrels, nos presentaremos como acusación popular para dar voz a los derechos de las personas sin hogar.

Un futuro inmediato que requiere mirar más allá de la urgencia

Los dos meses y medio de estado de alarma y de confinamiento estricto que hemos vivido han puesto sobre la mesa la importancia de tener un hogar seguro y estable. En Barcelona, hace pocos días que hemos entrado en la Fase 1 del desconfinamiento y esto volverá a significar cambios para las personas sin hogar. Personas que estos semanas se habían agrupado para dormir a las puertas de bibliotecas, comercios y espacios donde se sentían seguras ya no pueden estar y, en algunos casos, se han producido conflictos. Las personas que se refugian en las plazas de emergencia también deberán salir en los próximos meses.

Desde el Ayuntamiento ya han anunciado cómo se hará el desconfinamiento en los recursos de emergencia. Hasta finales de año, se mantendrán abiertos tres centros que ahora acogen a 160 mujeres sin hogar, jóvenes y personas que vivían en la calle con problemas de adiciones. Las 450 plazas habilitadas en la Fira seguirán abiertas como servicio para cenar, dormir y desayunar hasta el 30 de septiembre. Según el consistorio, se está dirigiendo a estas personas a servicios sociales para intentar encontrar alojamiento.

En estos dos meses, ha costado estar a la altura de las circunstancias y ahora tenemos la oportunidad de convertir todas estas plazas de emergencia en recursos que ofrezcan una continuidad, propone Carla Ramos, educadora del centro abierto. Si antes toda la red de recursos para personas sin hogar estaba saturada, ahora es un despropósito. En un tiempo, atenderemos a más personas porque mucha gente que colgaba de un hilo ha visto romperse estos hilos. Desde servicios sociales hay buena voluntad pero no se llega a todas las necesidades.”

El reto es, precisamente, cómo prevenir, abordar y resolver el sinhogarismo yendo más allá de servicios sociales y con el derecho a la vivienda como punto de partida. Esperar que los tres albergues públicos que existen en Barcelona acojan a las personas que ahora se alojan en plazas de emergencia, por ejemplo, es un espejismo porque la lista de espera de estos centros ya oscilaba entre los 5 y los 7 meses antes del decreto de alarma.

“Si tenemos un sistema que ha sido capaz de generar unos recursos en un momento de alarma, eso dice mucho”, reflexiona Gemma Gassó, educadora del equipo de calle. “El problema va más allá de cómo se recolocarán todas estas personas que ahora están alojadas en los centros de emergencia, hay que preguntarse por qué no se ha hecho antes y tener claro que nadie debería vivir en la calle y que hay que ofrecer vivienda “, añade. Hace unos días, de hecho, una persona que duerme cerca del Puerto y que Gemma visita desde hace unos meses, le preguntó: “¿No tendrás una casa donde yo pueda vivir?”

 

Más información:

  • ¿Has visto a alguien viviendo en la calle en Barcelona? Aquí encuentras información práctica sobre los recursos que hay abiertos en la ciudad.
  • También nos puedes llamar directamente al 93 551 48 40 para explicarnos que has visto a una persona viviendo en la calle y que te podamos orientar. El horario de atención es de lunes a viernes de 10h a 14h y de 16h a 20h.

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