Contar con alguien que te dé una mano con la compra semanal, que te ayude a ducharte si lo necesitas o que te explique cómo poner en marcha la lavadora…. Parecen pequeños apoyos, pero que pueden marcar una diferencia y ayudar a que una persona con movilidad reducida o una salud frágil pueda mantener autonomía y vivir en su casa. En Arrels lo hacemos a través del programa de Pisos Asistidos, a través del cual actualmente acompañamos XX personas.

A las 16 h de la tarde, Antonio está en su habitación escuchando la televisión junto al ventilador. Espera la visita de Gina, integradora social que cada semana lo viene a ver para saber cómo está, qué necesita y ayudarlo en pequeñas tareas diarias. La Gina se sienta delante suyo, le pregunta cómo está y si ha comido, saca del cajón de la mesilla de noche algunos objetos que le indica Antonio y le explica que la mochila la tiene guardada al armario.

Ahora hace un año que Antonio empezó a vivir en este piso; cuando llegó, una de las tres habitaciones la ocupaba Mohamed y, desde hace poco, David se ha convertido en el tercer compañero de piso. “Cuando llegué, Mohamed me enseñó a subir y bajar las escalas, a entrar y salir del piso. Y David es como un hijo para mí”, explica Antonio. Entre ellos se dan una mano si lo necesitan y siempre cuentan con el apoyo de la Gina González y Pere Blanco, compañeros de Arrels que los visitan y hacen posible que puedan vivir con autonomía en una vivienda.

“Una parte importante de nuestro trabajo es apoyar en las tareas de la vida diaria. Antonio, por ejemplo, se puede duchar solo, pero yo estoy atenta para que no resbale, si necesita algo, etc.”, explica la Gina González. “Me ayuda con la ropa, a ponerme los calcetines, si alguna vez hay que coser algo… Cuando viene aprovechamos y miramos qué tengo en la nevera para comer, si algo se tiene que tirar o si hay que hacer alguna compra”, añade Antonio.

Y esto es precisamente lo que hacen. Antonio busca el interruptor, apaga el televisor y el ventilador, coge el bastón y se levanta apoyando la mano en las espaldas de Gina para que lo guíe hasta la cocina. Antonio es ciego. “Enséñame qué hay a la nevera, Antonio. Te quedan cuatro rebanadas de pan, un montón de yogures y también tienes mandarinas. ¿Qué cenarás hoy?”

Antonio y sus compañeros de piso viven en un piso asistido de Arrels. Son viviendas compartidas donde residen personas con una larga trayectoria de vida en la calle, que tienen una movilidad reducida y que, a pesar de tener un estado de salud delicado, pueden vivir con más independencia e intimidad en el piso si se les ofrece apoyo en algunas tareas del día a día.

Acompañar al médico, ayudar a poner en marcha la lavadora, ir a comprar, dar una mano a quien no se puede duchar solo, compartir conversaciones, hacer alguna pequeña cura si la persona lo necesita, estar pendiente de que la persona se tome la medicación… El apoyo que se da a cada persona es individualizado y depende de la situación y necesidades de cada una; el objetivo de este apoyo en la vida diaria es que la persona pueda vivir de la manera más autónoma posible y que pueda decidir.

“Lo más importante de nuestro trabajo es el vínculo”, matiza la Gina González. “Intentamos ver el mundo como lo ve la persona para saber qué necesita y hacemos una tarea de apoyo emocional. Cuando visitamos un piso, también intentamos encontrarnos en el comedor con todas las personas residentes, compartir un rato juntos, abordar dificultades de convivencia y promoverla”. A través de este vínculo y desde la flexibilidad, se puede acompañar también a la persona en la reducción de daños cuando consume alcohol u otro tipo de sustancia y le damos herramientas y alternativas para que lo puedan hacer. “Acompañamos siempre desde la confianza, porque sin vínculo no hay trabajo”, añade la Gina.

Un apoyo que requiere abrir mirada

El equipo formado por la Gina González y Pere Blanco acompaña actualmente 25 personas que viven en una decena de pisos asistidos. Las personas que viven en los pisos han tenido vínculo anteriormente con la Llar Pere Barnés, un recurso residencial que acoge unas cuarenta personas que han vivido en la calle, que tienen una salud orgánica, neurológica y mental frágil y que necesitan apoyo de manera continuada. El programa de Pisos Asistidos, de hecho, nace porque desde la Llar de Arrels se empezó a detectar que algunas de las personas que vivían podrían vivir de manera más autónoma en un piso, con acompañamiento.

“En el piso viven de manera independiente, pero continúan viniendo a la Llar a comer o a tomarse la medicación. Esto hace que seamos el mismo equipo de trabajo quién las acompaña, porque nosotros también estamos presentes en la Llar, y de este modo evitamos sensaciones de abandono”, argumenta Pere Blanco. Si una persona se pone enferma o necesita más acompañamiento temporalmente, por ejemplo, puede ir a vivir a la Llar mientras se recupera.

A Antonio, de hecho, lo han tenido que operar. Cuando le dieron el alta, optó por quedarse en su casa y lo pudimos respetar. “Una persona de la Llar venía a verme durante la noche en el piso, para asegurarse que me encontraba bien y por si necesitaba algo”, explica. De esto ya hace unas semanas. “Cuando salí del hospital, decidí que dejaba de fumar y de beber, después de tantos años. Y así lo he hecho”, repite, orgulloso.

Mientras meriendan en el comedor del piso, Antonio pide a Gina llamar por teléfono a otro compañero porque sabe que también está enfermo. “¡Que te mejores!”, le dice. Y, al colgar, le repite a Gina un deseo que ha ido expresando durante toda la tarde: “Lo que quiero es tranquilidad, vivir solo y poder entrar a vivir en un piso de protección oficial”.

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